Durante siglos, nuestra sociedad ha desatendido el valor intrínseco de emociones y sentimientos. Los mayores logros a los que la Humanidad ha aspirado (tanto políticos, como científicos, intelectuales o incluso artísticos) se han asociado al uso de la razón, mientras que las emociones quedaban relegadas a un discreto segundo plano –cuando no directamente reprimidas–. No obstante, a día de hoy, afortunadamente, sabemos que la preeminencia de la razón no es tan obvia como se creía, y que existe otra inteligencia, la inteligencia emocional, que también debe ser tenida en cuenta.
Si bien se remonta a 1920, el concepto de “inteligencia emocional” (IE) fue popularizado en la década de los 90 por el psicólogo Daniel Goleman gracias a un libro que llevaba justamente este nombre. La publicación del ensayo coincidió en el tiempo, además, con las investigaciones del neurobiólogo portugués António Damásio, que en un importante artículo de 1994 en la revista Science explicaba cómo la gestión de las emociones estaba directamente vinculada con la toma de decisiones. Ambas publicaciones revolucionaron la psicología y la manera en que entendemos nuestros sentimientos.
Educación emocional en la escuela
Este cambio de paradigma tiene consecuencias especialmente significativas en el ámbito de la educación. De hecho, numerosos estudios han probado que un mayor cociente emocional y un mayor autocontrol son mejores indicadores de éxito académico que el cociente intelectual. Y no solo esto, sino que los niños con más inteligencia emocional tienen una mayor tasa de éxito profesional y personal en su vida futura, así como una menor probabilidad de ser víctimas de adicciones o de tener comportamientos criminales o de riesgo.
Es indiscutible que las escuelas han avanzado enormemente en la gestión de los aspectos emocionales de la enseñanza, alejándose de la idea del centro educativo como un lugar de mera transmisión de conocimiento. Y a menudo lo han hecho salvando las dificultades derivadas de un currículo excesivamente extenso impuesto por los departamentos de educación o de la eterna falta de recursos económicos y humanos.
Pero también es cierto que todavía queda mucho por hacer a fin de lograr que la sociedad –e incluso la propia comunidad educativa– entienda el lugar central que el buen desarrollo de la inteligencia emocional debe ocupar en la escuela y la necesidad de trabajarla en todos los ciclos, desde infantil hasta bachillerato.
Aunque existen programas específicos de aprendizaje social y emocional que ya están siendo aplicados en algunos centros, en este artículo proponemos, sin ánimo de exhaustividad, algunas estrategias que pueden ser útiles para trabajar la inteligencia emocional de niños y adolescentes.
¿Qué es la inteligencia emocional?
Para abordar de una manera apropiada el desarrollo de la inteligencia emocional, es imprescindible primero entender de qué hablamos cuando nos referimos a ella. Es posible que el descrédito o la poca importancia que la gente suele darle a este concepto venga dado por una mayor atención al adjetivo “emocional” que al sustantivo que, valga la redundancia, lo sustenta. Esto es un error, porque lo característico de la inteligencia emocional es, precisamente, el hecho de ser una inteligencia. En este sentido, su papel fundamental es el de integrar emoción y razón.
La inteligencia emocional ha sido definida en términos genéricos como la habilidad de entender, usar y manejar las propias emociones de una manera positiva, y de empatizar al mismo tiempo con los demás. Entre sus numerosos beneficios se encuentra un mayor autoconocimiento, la posibilidad de construir relaciones más fuertes y duraderas con los demás y una mayor resiliencia al entorno y adaptación al cambio.
Los expertos coinciden en la presencia de cinco rasgos determinantes en las personas emocionalmente inteligentes:
- Autocontrol: Son capaces de controlar sentimientos y comportamientos impulsivos, tomar la iniciativa y adaptarse a situaciones cambiantes.
- Autoconciencia: Reconocen las propias emociones y saben cómo estas afectan a sus pensamientos y comportamientos.
- Automotivación: Pueden canalizar las emociones para superar los desafíos cotidianos.
- Conciencia social o empatía: Saben ponerse en la piel de los demás.
- Gestión de las relaciones: Pueden mantener buenas relaciones con los demás, comunicar claramente, gestionar el conflicto de manera no destructiva, trabajar en equipo, etc.
8 propuestas para trabajar la inteligencia emocional en clase
Si bien desde los años 90 ha existido cierto debate sobre si la inteligencia emocional puede mejorarse o no, cada vez hay mayor evidencia científica de que cualquier actuación, incluso si esta es breve, tiene un efecto mensurable en las competencias emocionales del sujeto, independientemente de la edad. La cuestión, pues, radica más bien en qué tipo de actuación habría que hacer, teniendo en cuenta claro que el desarrollo emocional del niño tiene otros espacios de construcción ajenos a la escuela (principalmente, la familia).
Existen, como hemos referido antes, programas específicos de aprendizaje emocional, concebidos generalmente como talleres temáticos, y que no solo ayudan a acrecentar el cociente emocional, sino también a prevenir el ‘bullying’. Además de estos programas, sin embargo, y complementarias a ellos, existen otras estrategias útiles a la hora de fomentar la inteligencia emocional de los alumnos. Aquí te proponemos algunas ideas que puedes aplicar en tus clases independientemente de la edad de tus estudiantes:
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ABORDAR LA INTELIGENCIA EMOCIONAL DE MANERA TRANSVERSAL:
Siempre que haya continuidad en el tiempo y entre las diferentes materias, un planteamiento transversal será más efectivo a la hora de desarrollar la inteligencia emocional de los niños que un taller puntual. Las habilidades relacionadas con esta inteligencia pueden ser trabajadas de mil formas en cualquier clase. En matemáticas, por ejemplo, mediante enunciados que reflejen valores y actitudes positivas (compartir, solucionar un problema que alguien tiene…). O bien, en ciencias sociales, se puede aprovechar una coyuntura histórica para reflexionar sobre cuáles fueron los detonantes humanos de un determinado fenómeno, y preguntarles a los alumnos si creen que ellos se habrían comportado igual o habrían actuado diferentemente. Puede ser interesante, incluso –siempre con medida, por supuesto–, hacer un paréntesis en el temario de la clase para dejarles que se expresen o bien hacerles preguntas que les permitan reflexionar y trabajar competencias vinculadas a la inteligencia emocional.
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ASAMBLEA DE LA CLASE:
El formato de la asamblea, con una disposición en círculo que permita el contacto visual y el trato de igual a igual, es una fantástica herramienta para desarrollar la inteligencia emocional. Se trata de un espacio privilegiado en el que los alumnos pueden expresar cómo se sienten, resolver conflictos mediante el diálogo, reconocer los méritos de sus compañeros y sentirse reconocidos ellos mismos, y encontrar soluciones conjuntas a los problemas comunes. Esta es una estrategia que muchos centros aplican en cursos de infantil y primaria, pero curiosamente es cada vez menos frecuente a medida que los estudiantes crecen. En realidad, no hay ninguna razón para no aplicarla también en ciclos de ESO y de bachillerato, siendo además una muy buena manera de educar para la democracia y de aprender a escuchar otras opiniones.
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HABLAR DE LAS EMOCIONES:
La autoconsciencia es uno de los pilares básicos de la inteligencia emocional. Uno de los grandes problemas al que se enfrentan los niños y adolescentes es la incapacidad de reconocer sus propios sentimientos. Por ello es importante hablar de ellos desde bien temprano, para que los niños puedan apreciar las diferentes emociones que viven y ponerles nombre. Un buen punto de partida puede ser la famosa rueda de Pluchnik, que define los sentimientos en función de tres aspectos: la tipología, el antagonismo y la intensidad. Entre las numerosas actividades que se pueden hacer para trabajar los sentimientos, una opción interesante es proponerles ilustrar, sea mediante un dibujo o mediante un escrito, algunos de estos sentimientos.
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TRABAJAR MEDIANTE LA LITERATURA:
Los libros son una de las mejores maneras de trabajar la inteligencia emocional. Abordar la literatura no tanto desde el aspecto formal, sino desde las motivaciones y los sentimientos de los personajes ofrece el contexto ideal para una autorreflexión y también para bonitos debates en clase. Animémosles a plantearse los grandes conflictos narrativos en términos humanos, de modo que puedan hacérselos suyos. Podemos proponerles por ejemplo escribir una carta a alguno de los personajes para aconsejarle, o bien recrear mediante un diálogo alguna escena clave del libro. ¡Las opciones son infinitas!
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ROL-PLAYING Y TEATRO:
Sea a partir de un texto literario, siendo a partir de algún otro tipo de experiencia, el ‘rol playing’ es siempre una buena manera de llevar a los alumnos a ponerse en la piel de otra persona. Ofrecer optativas de teatro o plantearlo incluso como un proyecto para toda la clase es una excelente vía para poner en escena, y por lo tanto entender mejor, sentimientos muy variados y a menudo complejos.
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ANIMARLOS A ESCRIBIR UN DIARIO:
Escribir un diario es un profundo y excelente ejercicio de autodescubrimiento. Aunque en función de la edad pueden ser reticentes a hablar de según qué temas, incluso los asuntos en apariencia más triviales (un examen, una presentación, una salida…) pueden constituir un buen pretexto para examinarse a sí mismos. Hagamos que se pregunten cómo se sintieron en una determinada circunstancia, y si su sentimiento les ayudó en sus propósitos o fue más bien un obstáculo a superar, y que reflexionen sobre cómo podrían gestionar situaciones similares en el futuro.
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TRABAJAR LA PROPIA INTELIGENCIA EMOCIONAL DEL DOCENTE:
Ser docente no siempre es fácil, y el nivel de estrés vivido dentro y fuera de las aulas puede ser muy alto. Cualquier profesor o maestro experimenta en sus clases un abanico muy amplio de emociones, tanto positivas como negativas. Por ello, es importante que el propio docente pueda gestionar bien estos sentimientos a fin de canalizarlos positivamente y constituir un buen modelo para sus niños. Siempre es una buena idea impulsar entre el propio profesorado talleres de inteligencia emocional, a fin de que los docentes puedan conocer de primera mano estrategias que después pueden usar y transmitir en sus clases.
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PRACTICAR LA EVALUACIÓN ENTRE IGUALES:
Ser receptivos al feedback de los demás es una muy buena manera de mejorar la autoconsciencia. La evaluación entre iguales tiene, entre otras virtudes, la de enseñar a los alumnos a ser más receptivos a las críticas al mismo tiempo que aprenden a formularlas ellos mismos de manera más diplomática y constructiva. Es una metodología que nos permite reflejarnos en los demás para tener otra perspectiva de nosotros mismos. Si logramos que la actitud de debate, diálogo y respeto a la hora de evaluar un trabajo se extienda a otros ámbitos de su vida, habremos logrado un gran triunfo educativo.
Referencia: Artículo de Vinces Vives, 8 propuestas para trabajar la inteligencia emocional en la escuela